Por una educación basada en la evidencia

17 marzo, 2017

Marta Ferrero, investigadora postdoctoral de la Universidad de Deusto y ex profesora colaboradora del máster universitario de Dificultades del aprendizaje y trastornos del lenguaje.

Los profesores deberían exigir que las metodologías que utilizan sean de uso generalizado una vez hayan superado con éxito una estricta fase experimental. Sin embargo, pocos hemos oído hablar de la expresión educación basada en la evidencia. O, lo que es lo mismo, la práctica docente basada en las mejores pruebas disponibles. Podríamos hacer la comparativa con un medicamento, del que nadie espera que salga al mercado sin esta evaluación previa. De la misma manera que cualquier sociedad avanzada basa sus decisiones en la mejor evidencia disponible, lo mismo deberíamos esperar de cualquier maestro ya que, en buena medida, tiene en sus manos el futuro de muchos niños y jóvenes.

El oficio de maestro está perdiendo año tras año su autonomía habitual. Prueba de ello son, por ejemplo, las constantes incursiones que hacen las autoridades políticas en los planes de estudio a través de sus numerosas reformas educativas. Para recuperar esa autonomía es imperativo reclamar unos métodos de enseñanza que garanticen la seguridad y la eficacia de sus prácticas (Why Education Experts Resist Effective Practices, Douglas Carnine, 2000).

Según afirma el médico y divulgador Ben Goldcare en el documento dirigido a docentes Building Evidence into Education, la educación basada en la evidencia no significa que el profesor se tenga que convertir en investigador o ponerse al servicio de éste. Tampoco consiste en que nadie le dicte lo que debe hacer, sino más bien todo lo contrario. El uso de la mejor evidencia disponible empodera al profesor para ejercer su oficio, libre de las presiones y vaivenes de los políticos y autoridades educativas y, a su vez, garantiza un mejor aprendizaje del estudiante.

El riesgo de metodologías sin contrastar

Durante los últimos años, algunos gabinetes, fundaciones y centros de formación superior han popularizado metodologías docentes que, o bien aún no gozan de pruebas firmes sobre su eficacia, o no han sido refutadas por parte de la comunidad científica. Sin embargo, esto no ha impedido que su uso se haya extendido a muchos centros escolares y que las ideas erróneas que van ligadas a ellas hayan pasado a formar parte del esquema mental de muchos profesores (Neuromyths in Education: Prevalence among Spanish Teachers and an Exploration of Cross-Cultural Variation Marta Ferrero, Pablo Garaizar y Miguel Ángel Vadillo, 2016).

Utilizar métodos ineficaces supone perder dinero, tiempo y esfuerzo. Y los que más van a sufrir esta torpeza son precisamente los niños que más necesitan una educación de calidad: aquellos en desventaja socio-cultural y aquellos con dificultades de aprendizaje. Precisamente, la educación basada en la evidencia aboga por utilizar exclusivamente las intervenciones que han demostrado ser eficaces de forma repetida y con unos diseños de investigación válidos. Y, por tanto, evita la aparición y difusión de ideas pseudocientíficas y de metodologías sin validez.

Un método científico desde la universidad

Los planes de estudio universitarios deben incluir formación sobre cómo funciona el método científico, dónde y cómo localizar literatura basada en pruebas, cómo diferenciar un estudio válido de otro que no lo es, cómo leer e interpretar un trabajo de investigación, cuáles son los principales mitos que circulan sobre educación, cuáles son las metodologías que gozan de mayor evidencia, etc. Sin duda, muchos profesores universitarios ya incluyen desde hace tiempo estos elementos en su programación. Pero, por lo general, muchos centros se siguen caracterizando por una inclinación anti científica, donde se invita a los futuros maestros a confiar en su intuición y a crear sus propios métodos de enseñanza a partir del ensayo y error (The Science of Reading and Its Educational Implications, Mark S. Seidenberg, 2013).

Enseñar no es fácil. Un maestro se enfrenta cada día a la difícil tarea de llegar a todos sus alumnos: a niños y jóvenes con diferentes inquietudes, conocimientos previos, capacidades y un largo etcétera. Una vez en el  aula, el docente va a recurrir a todas  las estrategias y materiales de los que dispone para que sus alumnos aprendan. Que adopte métodos basados en la evidencia depende, en primer lugar, de su formación inicial. Por tanto, el papel de las facultades de educación es crucial.

Una tarea valiosa

La educación es la herramienta más valiosa de la que podemos dotar a una persona para que descubra los placeres que la vida le puede ofrecer, tomar las mejores decisiones y ser libre. De la misma forma, la educación constituye el camino más corto para construir una sociedad justa, ya que tiene el poder de colocar a todos los individuos en igualdad de condiciones, independientemente de su punto de partida.

Si bien es cierto que las personas aprendemos durante toda la vida, la escuela es el lugar por excelencia donde adquirimos la base de conocimientos y habilidades claves sobre la que se apoyarán todos los demás. Y los maestros son los responsables máximos de que este aprendizaje sea lo más enriquecedor y fructífero posible.

Referencias:

Carnine, Douglas (2000). Why Education Experts Resist Effective Practices (And What It Would Take to Make Education More Like Medicine). Washington, DC: Fordham Foundation.

Ferrero, Marta; Garaizar, Pablo; Vadillo, Miguel Ángel (2016). Neuromyths in Education: Prevalence among Spanish Teachers and an Exploration of Cross-Cultural Variation. Frontiers in Human Neuroscience, 10.

Goldacre, Ben (2013). Building evidence into education.
Seidenberg, Mark (2013). The science of reading and its educational implications. Language Learning and Development, 9, 331–360.

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Autor / Autora
Investigadora postdoctoral de la Universidad de Deusto y exprofesora colaboradora del máster universitario de Dificultades del aprendizaje y trastornos del lenguaje.