¿A quién voto? Cómo tomar decisiones ante la duda

17 abril, 2019

Oriol Alonso Cano, profesor colaborador de Historia de la Psicología del grado de Psicología

El próximo 28 de abril se celebrarán las elecciones generales españolas. Asimismo, el 26 de mayo se realizarán las votaciones para elegir nuestros representantes municipales así como para la comunidad europea. En resumidas cuentas, nos encontramos en una espiral electoral en la que deberemos decidir, entre diferentes propuestas, el porvenir de las políticas que perfilarán el funcionamiento de nuestros pueblos, ciudades, así como del país y del proyecto europeo, en última instancia. Por ello, es lógico que pueden sobrevenir al votante innumerables dudas sobre cuál es, o debería ser, la mejor opción para destinar el voto.

¿Qué es la duda?

Y es que desde diferentes vertientes y escuelas psicológicas puede observarse la duda como un estado paralizante, casi aniquilador, que somete a las personas a la vacilación, e indeterminación hasta llegar a recluirlas en un estado de ansiedad o, inclusive, de angustia. Considerada de esta forma, la duda ancla al sujeto en la desorientación, en la parálisis, y, consecuencia de todo ello, lo arrastra hacia un profundo malestar. Ahora bien, más allá de esta mirada, podemos contemplarla desde otro mirador mucho más interesante, y verla como un fenómeno positivo, casi benéfico, al alejarnos de ciertas identificaciones irracionales y obligarnos a enjuiciar los diferentes aspectos que encuadran al hecho que nos interesa, inquieta o perturba.

Para los antiguos escépticos, por ejemplo, la duda (epokhé) tenía la finalidad de abstenerse a juzgar, de poner entre paréntesis cualesquier consideraciones en torno a la realidad, ya que su conocimiento, y la praxis que conlleva, no deben obedecer a falsedades y simulacros para así alcanzar finalmente el estado de la ataraxia (imperturbabilidad del alma). Exactamente lo mismo acontece con la duda metódica cartesiana, o la fenomenológica, en la que, en resumidas cuentas, la duda se convierte en un mecanismo, en un método para ser más exactos, que debe deslindar los espejismos que envuelven nuestro conocimiento de lo real, y dejar, de esta manera, que las cosas se manifiesten en su sentido más auténtico y originario.

La clave es abandonar la duda paralizante, estéril

Dejar la duda atrás y tomar decisiones

De ahí que, y si nos regimos por esta última y más rica perspectiva, la duda puede ser vista como un camino que conduce, aunque parezca paradójico, al sosiego, al distanciamiento de una visión excesivamente apegada a los hechos, y obligarnos así a tener en cuenta su radical complejidad. Dudar, por consiguiente, se convierte en el tránsito idóneo que conduce a la reflexión, a la abstracción, a dejar de actuar, en definitiva,  condicionados por lo estrictamente emotivo o, lo que puede ser peor, por la irracionalidad más desbocada.

La clave, por todo ello, es abandonar la duda paralizante, estéril. Una manera sería asumir la propia decisión como algo que no es inequívoco, que puede variarse de aquí cierto tiempo (concretamente cuando vuelvan a existir comicios en caso de que nuestras expectativas se vean incumplidas). Abandonar, por otro lado, el pensamiento contrafáctico (o sea, alejarnos del pensamiento “que hubiese pasado si hubiese escogido lo que no he escogido”), o bien relegarlo a un nivel de nuestra experiencia que no nos impida asumir la decisión. Para esto último es fundamental responsabilizarse de la acción y de la decisión que tomaremos. Responsabilizarnos significa, en este punto, alejarnos del asedio, casi espectral, de las posibilidades que no hemos seleccionado y asumir la elección materializada como la que, en este momento en particular, mejor responde a las demandas subjetivas.

Foto: Nathan Dumlao en Unsplash

(Visited 66 times, 1 visits today)
Autor / Autora
Profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación